Oscar Wilde

"Podria simular una pasion que no sintiera, pero no podria simular una que me arrasara como el fuego"

martes, 24 de julio de 2012

Y el resto es de imaginar


Y el resto es de imaginar, edredones revueltos, mañana brillante en los ojos, el sol se cuela entre los barrotes de una ventana y calienta la nuca, ruidos de una calle que se empieza a despertar… y a lo lejos un grito, ahogado por la carne de su amante… Y en este preciso instante, ¿Estará Amelie pensando quién estará teniendo un orgasmo ahora mismo?
¡Que ilusos si pensaron no volver a verse, a probarse, a devorarse…! Eran demasiado débiles, sucumbían demasiado a sus instintos, a su ego más profundo y oscuro. Cuando se sentían, la racionalidad no cabía en sus cabezas, las perspectivas se mandaban a la mierda y el futuro sin el otro seguía siendo una pesquisa que algún día se trataría de alcanzar, aunque no por el momento.
 No se amaban, no estaban enamorados, ambos eran demasiado egocéntricos para sentir eso por el otro, sencillamente estaban enamorados de su reflejo en los ojos de su contrario.
 Que bello es verte en un universo idílico, pues en ese mundo, solo caben las maravillas soñadas, la utopía, los sueños y los milagros, allí todo lo demás está de más.
 Y es entonces, cuando las luces sobran, cuando las verdades se dicen a susurros en el oído y los secretos se gimen mezclados con el crujir de un lecho, cuando el placer ensombrece las luces más brillantes y se siente la muerte más cerca, cuando no cabe más que él, y ella, y los dos y ninguno, es entonces cuando por un momento todo lo demás, todo lo que vendrá después, de buena mañana, el ruido de la ciudad, de los coches, de la gente en su rutina, en su ajetreo, las preocupaciones, los miedos, dará igual, dejará de importar.
En ese momento, la existencia es mucho más hermosa, más llevadera, la piel del otro aún se lleva en la yema de los dedos, los olores se mezclan en una perfecta simbiosis de vida y las respiraciones se compaginan para poder equiparar el mismo aire, y derrumbarse con el mismo suspiro.
 ¿Quién será el inconsciente que afirme poder decirle que no ha eso? No lo habrán probado, o lo que es peor, no querrán admitirlo, por lo menos en ese sentido ellos no se engañaban, terminarían buscándose, y si no, el destino, caprichoso y casual, se encargará de hacerlos volver a verse.